DIA 10 - REPORTE POLICIAL
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Camino
de lágrimas
Abrí los ojos de
golpe, el corazón me latió muy fuerte y la transpiración me inundó la cara. Me
senté a un costado del catre y me sequé con un trapo sucio que tenía debajo de
la almohada. No tenía muchos lujos la habitación veinticuatro, pero podía
considerarse de las más grandes y limpias. Cuatro camas cuchetas eran todos los
muebles que decoraban la oscura habitación. La verdad no era fácil la vida
allí, pero al final del día teníamos un plato de comida y siempre había algo
para hacer.
A mis diecisiete años
nunca me imaginé que terminaría mis días lavando sábanas mugrientas o limpiando
los baños de un reformatorio con un cepillo de dientes, pero muchas veces el
destino te tiene preparadas esas jugarretas. Situaciones disfrazadas de
encrucijadas, en las que sólo se tiene que elegir la opción correcta para
terminar cayendo por el agujero.
De chica vivía con
mis padres y mi hermano en una casucha en Lobos, a unos cuantos kilómetros de
la ciudad de Buenos Aires. Heredada de mis abuelos, la casa eran cuatro paredes
mal revocadas y una chapa. Los días de tormenta teníamos que colocarle piedras
al techo para que no lo vuele el viento. Yo tenía nueve y mi hermano cinco
cuando finalmente nuestros progenitores decidieron mudarse a Entre Ríos, en
busca de una mejor calidad de vida.
Al llegar al lugar
prometido, mis padres tuvieron una gran desilusión al verse endeudados y
defraudados por el patrón que los había llevado a su campo a trabajar. Nos
ubicaron en una casilla aún más pequeña que la anterior y apenas nos daban de
comer. Las promesas de un hogar digno y una nueva vida se estaban escapando por
las ventanas sin vidrios que rodeaban la casita.
Una noche, después
de cenar unos alcauciles que mi padre había guardado celosamente en sus
bolsillos durante la cosecha, mamá nos pidió que vayamos a dormir, que al otro
día íbamos a ir de paseo, teníamos que estar descansados. Mi hermano hizo caso al
instante, pero yo sólo cerré los ojos simulando estar dormida. Escuché que mis
padres hablaban de la “solución” y de la desesperación que les causaba estar
allí con nosotros dos. ─ No nos
queda otra alternativa, no es justo para los chicos esto. ─ dijo mi madre entre
lágrimas. ─ ¿Pero eso sí te parece justo? ¡Es inhumano dejarlos tirados en el
campo para que alguien los vea! ─ se desencajó mi padre. ─ Pero pensá que si
algún tambero o ganadero los ve, les puede dar la vida que nosotros no podemos ─
le contestó ella intentando creer en sus propias palabras. El sueño se apoderó
de ambos y se fueron a dormir.
Al otro día
despertamos muy temprano, más que de costumbre. Mientras tomábamos unos sorbos
de leche recordé la conversación que había escuchado y para mi sorpresa mis
padres se disponían a ejecutar su plan. Nos vistieron con las mejores ropas que
teníamos y fuimos los cuatro de paseo por el campo. Ellos no emitieron sonido
alguno. Empecé a sentir mucho sueño de repente, hacía fuerza para no dormirme,
pero finalmente los párpados cedieron y caí como una bolsa de papas.
Un raro aullido
me despertó inmediatamente y me levanté de un salto. Algo incrédula aún, miré
para todos lados y encontré a Fran desparramado a unos metros. Lo tomé en
brazos y lo llevé debajo de un inmenso árbol que parecía ser el único habitante
del campo. ─ ¡Papá y mamá nos abandonaron! ¡Nos durmieron y nos tiraron! ─
gritaba desencajada ante el llanto desesperado de mi hermano. ─ Igual quedate
tranquilo porque yo no voy a permitir que te pase nada. ─ le dije para que
dejara de llorar sin lograrlo.
Ya era de
noche y mucho no podíamos hacer asique nos acurrucamos juntos en una de las
raíces del árbol y cerramos los ojos. Obvio que no dormí nada y creo que Fran
tampoco, seguía lagrimeando.
Al otro
día, apenas asomó el sol, nos levantamos algo desgarbados y caminamos durante
algunas horas a través del campo por un camino de tierra. Fran no podía parar
de llorar y yo no sabía qué hacer para calmarlo. Unos kilómetros después decidí
parar bajo la sombra de un cocotero y comimos unas bayas que había encontrado. ─
¿Qué hacen ahí? ─ escuchamos a lo lejos. ─ Este es mi campo, ¿quiénes son?
¿Dónde están sus padres? ─ nos acorraló a preguntas una silueta que aún no
podíamos descifrar. ─ Perdón, estamos solos, nuestros padres nos abandonaron. ─
llegué a decirle con lo último de aliento que me quedaba.
Desperté y
ya era de noche. Miré con detenimiento donde estaba. Era una habitación algo
lúgubre, con empapelado gastado de flores y una cama enorme. Pronto noté que
Fran no estaba, intenté abrir la puerta y no pude, estaba cerrado con llave. El
corazón me empezó a latir fuerte y pensé lo peor. Tomé la silla que estaba a un
lado de la cama y empecé a golpear la puerta con ella. Logré hacer pedazos el
picaporte y salí eyectada de la habitación hacia la sala. Empecé a gritar el
nombre de mi hermano hasta quedar casi sin voz y al no tener respuesta el miedo
ya había tomado todo mi cuerpo.
Salí de la
casa y vi luces en el establo. Corrí desesperada y abrí el portón. Una horrenda
mujer con su ropa rasgada y sucia tenía a Fran en brazos y estaba llevándolo
hacia un gran horno de barro. ─ ¡¿Cómo saliste?! ─ gritó sorprendida la mujer. ─
¡Soltá a mi hermano! ¿Qué le vas a hacer? ─ le dije mirando para todos lados
buscando un arma para defenderme. ─ ¿Y qué creés que voy a hacer? ¡Asarlo!
Ante mi
desesperación por salvar a mi hermano de la loca y hambrienta vieja, me tiré al
suelo y encontré una herradura. Sin dudarlo le arrojé el pesado fierro en la
cara a la mujer. Dejó caer a Fran al piso para tomarse la cara y logré
empujarla hacia la gran boca del horno prendido. Su cuerpo quedó atorado en el
horno y las llamas la cubrieron en segundos. Ante la horrible imagen, asustados
y ahora sí ambos llorando, corrimos fuera del establo y cerramos el portón. Los
alaridos se escucharon toda la noche.
─ ¡Abran!
Policía. ─ gritaron los uniformados desde afuera de la casa. Con Fran estábamos
sentados en la cocina sin hablar desde hacía unas horas. Decidí abrir la
puerta. ─ Por favor, no nos hagan nada. ─ les rogué casi de rodillas. Para
sorpresa de los agentes ahí estábamos, ante sus ojos, dos esqueletos parlantes.
Encontraron
el cuerpo de la vieja completamente calcinado en el establo y empezaron las
preguntas interminables. Les conté con lujo de detalles lo ocurrido y por sus
extrañas reacciones nunca llegaron a creerme. Fui imputada y declarada culpable
por el crimen de la mujer. Un tiempo después me enteraría que era una habitante
legendaria de la ciudad, de alta alcurnia. Sus cabales la habían abandonado unos
años antes y vivía confinada, sola, totalmente ida.
Mi hermano
fue devuelto a mis padres y yo fui sentenciada a pasar veinte años en una
correccional, desde el mismo día en que nos encontraron. Antes de subirnos a la
patrulla agarré sin que me vieran lo único que creí de valor en esa casa. Se lo
coloqué en el bolsillo a Fran, deseando que aquello cambiara un poco su destino
y finalmente me senté a su lado. Nos abrazamos y caímos rendidos de sueño.
Silvana Girardi