martes, 14 de junio de 2022

MUNDIAL DE ESCRITURA III DIA IX

 DIA 9 - FRASES

Ver consigna completa

 

Última vuelta

La imagen que me devolvía el espejo no era la misma que recordaba la noche anterior. La ceja cortada, un ojo morado, la nariz hinchada, dos dientes menos y un par de costillas fisuradas, fueron las consecuencias del tremendo susto que nos pegamos ayer. Nunca fui de alterarme por ciertas situaciones, era más bien pacifista, amante de las buenas conversaciones y acaloradas discusiones, pero jamás había vivido algo parecido.

Eran las diez de la mañana, salí de la casa de mamá, casi corriendo, estaba llegando tarde a las clases de yoga. Estaba vestido con un jean azul platinado y una camisa floreada en tonos rojizos. Mi estilo es muy especial, lo reconozco, pero jamás me importó lo que opinaran los demás. Pero ayer, mi “outfit” quedó como una decoración vieja de navidad.

Como no llegaba decidí tomarme el bondi. Llegando a la parada vi a lo lejos que venía. Subí al colectivo y me senté en los asientos de adelante. Unas paradas antes de mi destino, me paré para colocarme cerca de la puerta del medio. Toqué el timbre y esperé a que la puerta se abriera, pero no ocurrió. Volví a tocar el timbre, ahora con algo de ansiedad por bajar. Nada. Me acerqué al chofer y noté a simple vista que iba escuchando música, con los auriculares puestos, con total normalidad y con la vista en la carretera.

Respiré un poco, conté hasta diez y golpeé el vidrio que recubría a quien se encontraba al volante. – ¿Me abrís la puerta? – le pregunté respetuosamente sin levantar la voz. Nada. – ¡Señor, necesito bajar! – vociferé, esta vez sí en voz alta. Nada. La paciencia se me estaba terminando y decidí hacer lo que tendría que haber hecho antes, me puse al lado del vidrio y grité con todas mis fuerzas. Las demás personas ya se estaban impacientando, también querían bajar, además de que era una situación apremiante, no sabíamos si estábamos en una película de acción o simplemente el chofer estaba ido en su mundo.

Golpeé con las dos manos, gritamos al unísono junto a otros pasajeros, le hacíamos señas por todos los espejos, pero no había respuesta. – ¿Que no va a frenar nunca este colectivo? ¿Piensa llevarnos a la casa? – gritaban los ahora prisioneros momentáneos. – ¡Flaco frená por favor! – le pedí por última vez. Sí, por última vez, porque lo que pasó después no lo recuerdo. Desperté en la cama de un hospital cubierto en vendas y sangre, que aún no sabía si era mía o de otra persona.

- Quédese tranquilo, está en la Clínica Santa María. – escuché de lejos que una mujer vestida de blanco me decía al oído. Me volví a dormir, no soñé nada, y desperté finalmente al día siguiente. Abrí los ojos y me alivió encontrar la imagen de mi madre a mi lado. – ¿Qué pasó? – alcancé a preguntar casi sin voz. – Ay, hijo, gracias a Dios estás bien, tuviste un accidente. – me hablaba mamá con algo de lágrimas en sus ojos. Tomé su mano y le dije que se tranquilizara, que me sentía bien. Era mentira, pero no quería verla preocuparse tanto.

Estuve todo el día internado, hasta que las costillas se acomodaron un poco y descartaran cualquier otro golpe interno. Me mandaron a casa con una lista de medicamentos a comprar y que cuidara bien las heridas.

Compré el diario para ver si podía atar algunos cabos sueltos de mi truncada memoria del accidente y encontré la nota completa. Parece que el chofer que manejaba ese colectivo, en el último recorrido del día, tuvo un accidente cerebro vascular. Menuda suerte que tuvimos, la foto de cómo quedó el vehículo daba miedo. Gracias a algunas fuerzas del universo sólo hubo heridos y no víctimas fatales. 

Silvana Girardi

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario