DIA 14 - FOTOGRAFIA
Un inmenso pedacito de cielo
Hoy me desperté más temprano que de costumbre, estaba algo inquieta en la cama y decidí levantarme a desayunar media hora antes de las ocho. Con el café en la mano prendí la notebook y me senté al lado de la estufa. Mientras iniciaban los programas me quedé casi hipnotizada viendo mi fondo de pantalla. Por alguna razón la computadora prendió mucho más lento que otras veces, como queriendo decirme algo con la imagen en primer plano.
Busqué la foto original en mi celular pero no la pude encontrar, supuse que ya la había bajado al disco externo. Para mi disgusto recordé que se había roto el día anterior. Me puse a trabajar y olvidé por un rato qué era lo que estaba buscando. Al rato llevé la taza a la cocina y al cerrar la puerta, la fuerza del viento hizo que se caiga de la heladera un imán. Además de guardar comida, es el electrodoméstico que más historias carga encima, en forma de imanes, tiene un pequeño extracto de todos los lugares del mundo que conocí.
Levanté el cuadrito del piso y, para mi sorpresa, al darlo vuelta, vi que era la misma imagen que reproducía la pantalla de mi computadora. No creo en las casualidades, por lo que cerré todos los programas que estaba utilizando y me quedé observando detenidamente cada detalle de la foto. Me transporté mágicamente, respiré con fuerza y creo que llegué a sentir unas gotas de aire puro. Sonreí al recordar lo que nos costó llegar a ese lugar exacto donde tomamos la fotografía. Me trajo algo de nostalgia lo rápido que voló el tiempo en esas semanas.
Pasó casi un año y siempre que traigo estos recuerdos al presente me siento feliz. Con un grupo de nueve amigos decidimos participar como voluntarios de los Juegos Panamericanos que se hicieron en Lima, Perú. Pasamos por una serie de pruebas y nos embarcamos sin saber qué nos depararía el destino. Todos amantes del hockey sobre césped, nos hospedamos en dos departamentos en Miraflores, una hermosa ciudad a pocos kilómetros de la capital. Nuestro puesto de trabajo estaba algo lejos pero tomamos como una aventura movernos dentro de la ciudad todos juntos.
Además de seguir al pie de la letra el programa de voluntariado, con dos compañeras más, decidimos tomarnos tres días para conocer Macchu Picchu. Estando tan cerca, nos dio lástima no visitar ese lugar tan hermoso y emblemático del Perú. Fuimos en avión hasta Cuzco, de allí en tren a Aguas Calientes y finalmente llegamos a la meta.
El día estaba precioso, no había una nube en el cielo, y nos tomamos el bus hacia la entrada del parque. Hasta ese momento nos había pasado de todo, entre cambios de hotel, llegadas tarde y el desconocimiento total de cierta información importante, entramos a Macchu Picchu.
Quizás fue la ansiedad o la negación de contratar un guía por demasiado dinero, pero decidimos empezar por donde había menos gente (luego nos enteraríamos por qué). Era impresionante observar cada rincón de ese lugar, no había imagen que no fuera espectacular. Personalmente sentí que en ese lugar no pasaba el tiempo, el viento susurraba palabras hermosas y el cielo era otro. Nos tomamos nuestro tiempo para recorrer todo y cuando decidimos empezar a subir, nos encontramos todos los caminos cerrados. Si bien eran hilos colocados a mano por los guardaparques, nos comunicaron que no podíamos subir una vez que bajábamos (el circuito era obligatorio, superior primero, inferior después). Con algo de furia encubierta intentamos convencer al guardia que estaba en la puerta para que nos deje pasar. Casi llorando le contamos que habíamos gastado todos nuestros ahorros para llegar allí y que estábamos prestando nuestros servicios en los Panamericanos. Esto último hizo que se ablandara su corazoncito y nos dejara pasar.
Con el corazón latiendo a mil, por la altura y la locura momentánea que habíamos vivido, nos dirigimos a la parte superior del parque. No recuerdo el nombre de ese buen hombre que nos dejó subir, pero si no fuera por él, esa foto no hubiese existido. Llegar hasta ahí, respirar hondo y apretar el botón.
Recorrimos todo en tiempo récord pero llegó a su fin, esta vez, de verdad. Nos tomamos el bus para volver al pueblito y al otro día nuevamente a Miraflores. Lo bien que dormí esa noche no se correspondía con la comodidad del hotel, ya que era medio pelo, pero mi alma descansó profundamente.
Volvimos a Lima con las pilas recargadas para cerrar nuestra participación en los Juegos. Vimos las finales, salimos a festejar por última vez todos juntos y a los poquitos días aterrizamos en Buenos Aires.
Silvana Girardi