DIA 3 - EL LADO OSCURO DE LA ABUELA
Despertares
Abrí los ojos angustiada y un tanto enojada aquél primer día que la escuché gritar desesperada, casi sin consuelo, pero parecía no importarle mucho qué sucedía en la vida de los demás. Aún no aclaraba el día, hacía mucho frío y la habitación oscura me trajo esos recuerdos que jamás podré borrar de mi memoria.
Durante mi infancia no solía temer a la oscuridad, pero esto cambió cuando ella se mudó con nosotros. Tuve, dentro de todo, una niñez feliz, gracias al esfuerzo de mis padres de elegir, para mi hermano y para mí, la mejor educación y de brindarnos un hogar amoroso sin pretensiones. La relación que teníamos con ella siempre fue lejana y desconocida. Había venido de Italia junto a sus seis hermanos durante la Segunda Guerra Mundial y se instalaron desde entonces en la casa que aún sigue de pie en un pueblo del norte de Buenos Aires.
Por las historias que mi padre me contó sobre ella, fue un tiempo después de su nacimiento que se convirtió en lo que destruyó por completo a nuestra familia. Solía ser amorosa y muy dedicada, pero con el paso del tiempo e intentos fallidos por tener más hijos, una sombra la fue cubriendo y no había luz que pudiera romper la penumbra en la que se había metido. Cada vez que no lograba su cometido sus palabras se iban transformando en espinas.
Pasaron los años y ella se fue alejando aún más, ni siquiera cuando nacimos sus nietos quiso reencontrarse con su hijo. Con excusas increíbles dejó de llamar, escribir y visitarnos, era como si hubiera desaparecido de la faz de la Tierra. Hasta que, una vez entrada en años, ya no pudo valerse por sí misma y pidiéndole perdón a toda la familia nos rogó que la cobijemos. Mi padre no dudó un segundo en aceptar, era su madre y él jamás dejó un instante de amarla.
Los primeros meses fueron un limbo, había una especie de aura pacífica que rodeaba a todos los integrantes de la casa. Pero un día el ambiente cambió drásticamente. Empezaron a escucharse ruidos extraños en los pasillos y en los techos durante algunas madrugadas. Nadie pudo volver a descansar de noche.
Recuerdo un día estar muy dormida y despertarme de golpe y al abrir los ojos en la oscuridad, ver al lado de mi ventana una imagen algo confusa, pero parecía un animal parado en sus dos patas con una joroba prominente y con algo similar a un hocico de perro pero más largo. Pensé que sería una sombra originada por el perchero, pero cuando prendí la luz del velador, era mi abuela que estaba parada mirándome fijo. Sentí miedo primero y luego le hablé por si le había pasado algo. Sin mediar palabra y haciendo caso omiso a mis preguntas, volvió hacia la puerta y la cerró, como si nada. Obviamente yo no pude volver a dormir y al contarle a mi familia al otro día, algo incrédulos, me dijeron que quizás era sonámbula. A partir de ese día dormí con la luz prendida siempre.
Las semanas se convirtieron en meses, que a su vez, se convirtieron en años y ella seguía con nosotros. Durante los últimos tiempos tratar con ella se había vuelto mucho más difícil, no estaba en sus cabales la mayor parte del día y se volvía insoportable el maltrato hacia nosotros. Claro que este personaje malévolo, según los médicos, era causa de una enfermedad neuronal sin cura. Pero muchas de las veces que hablaba con ella en sus ojos notaba una mirada sincera, de odio y resentimiento, sin ningún remordimiento del daño que causaba.
Su último año de vida fue el peor de todos. Nada detenía su maldad y muchas veces inició discusiones sin sentido que resultaron mentira, nos culpaba de todos sus males y hacía que la casa oliera a cementerio obligando a mi madre a comprar claveles. La oscuridad ya la había rodeado por completo, ya ni los ojos podíamos distinguir. Sentada en su silla de ruedas, mirando sin mirar, con furia y dolor nos atormentó cuanto quiso sin sentir culpa alguna.
Esa primera noche que desperté por sus gritos se repetiría por semanas hasta que escuché el último, fue un sonido diferente a los antecesores. Casi como un aullido me rebotó en la cabeza durante unos segundos y cerré los ojos. Al abrirlos yo estaba en mi cama, escuchando la lluvia rebotar en los vidrios de las ventanas, sintiendo un sudor frío que corría por mi espalda. Me destapé y la vi, otra vez, la sombra de ese animal feroz que persiguió mis sueños durante tanto tiempo, pero cuando parpadeé no estaba frente a mí de pie sino acostado, con una mueca horrorosa y macabra. Algunas lágrimas cayeron de mis ojos pero se evaporaron enseguida, la sensación de tristeza finalmente fue de alegría, de alivio. Mis ojos se cerraron de nuevo.
Desperté frente a tu tumba sonriendo.
Silvana Girardi
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