DIA 6 - OBJETOS
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Crujidos
Me desperté algo alterada con el sonido del teléfono sonando sin parar. ‒ Hija, venite a buscar la silla de la nonna que en un rato viene el camión de la mudanza ‒ escuché que dijo mi mamá con tono casi amenazante. ‒ Dale, en un rato paso ‒ no quise contradecirla. Hacía unas semanas que le había prometido ir a buscar la mecedora de mi abuela para restaurarla. Mi idea era hacerla a nueva y ponerla en mi living.
Fueron meses duros desde que la nonna Aurelia falleció, las emociones iban y venían, los llantos repentinos estaban presentes en cualquier momento del día. Nuestra relación era estrecha, solía quedarme semanas enteras en su casa, cuidándola. Le leía por las noches cuando su vista la abandonó, le preparaba sus comidas favoritas y le cebaba mates todas las tardes, acompañando los escones de la tía María.
Pasé mucho tiempo sin pisar su casa, por la nostalgia que me traía sentir los olores, el crujir de los viejos pisos, sentir la rugosidad de los muebles o simplemente estar ahí. Así logré que la impaciencia de mi madre aumentara considerablemente. Estaba limpiando y vendiendo todo para poder alquilar la propiedad. Nos preguntó a mi hermano y a mí si queríamos algún mueble u objeto. Decidí quedarme sólo con eso, ya que era lo que más paz le trajo a la nonna sus últimos días.
Llegué de mamá al mediodía y pese a sus intentos fallidos de que me quedara a almorzar, decidí comenzar de inmediato a la restauración de la silla. Era una de esas mecedoras antiguas cuyo ruido al sentarse era imposible no escuchar desde cualquier otra habitación de la casa. No tenía mucha idea sobre la curación de muebles pero vi algunos tutoriales por internet y empecé el trabajo.
Primero la lijé toda, para eliminar cualquier imperfección o golpe de la madera. Supuse que era roble, por la robustez y su coloración. Decidí mantener el mismo tono pero un poco más oscuro. Le apliqué la primera mano de barniz y la dejé al sol para que secara. Café mediante me puse a diseñar los cojines que colocaría en la silla una vez que estuviese lista. Antiguamente tenía unos color verde agua con listones blancos. La nonna nunca los cambiaba porque su aroma le hacía acordar a mi abuelo, o eso es lo que siempre nos decía. Con el tiempo se fueron gastando y el vellón fue perdiendo cuerpo, y no tuvieron arreglo.
Compré cojines nuevos y conseguí una hermosa tela verde agua para hacer las fundas. Los listones blancos no estaban pero estoy segura que a mi abuela le hubiese encantado el color. Casi todo en su casa tenía esa gama.
Me tomó tres días dejar la silla como nueva. Utilicé una alfombra persa debajo, que había traído de mi último viaje a Tailandia, para evitar arruinar el parqué de casa, lo había restaurado a nuevo hacía unos meses. Coloqué la silla en el lugar elegido, frente a la ventana de la sala, acomodé los cojines y la contemplé un buen rato. Me emocioné al verla iluminada por el sol del mediodía. A su lado una mesita diminuta sostenía mis anteojos y un libro que había comenzado a leer el día anterior. Me senté, tomé el libro y el tiempo simplemente dejó de pasar, sólo se escuchaba el crujido de la silla que iba y venía.
Silvana Girardi
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